miércoles, 14 de diciembre de 2016

El consabido post sobre Star Wars




Mañana se estrena “Rogue One”, primero de los tres nuevos spin-offs que, del universo de la Guerra de las Galaxias, se irán sucediendo en paralelo a la nueva trilogía iniciada el año pasado con “The Force Awakens”.

Y yo, oigan, que ya he quedado dos veces para ir a verla este fin de semana porque -¿qué quieren?- para algunas cosas uno es todavía aquel chiquillo.

Pese a los precedentes poco halagüeños –aquellos dos terribles largometrajes sobre los repelentes Ewoks que la historia oficial se empeña deliberadamente en borrar de la memoria colectiva-, uno no es de piedra y su corazón se pone a mil cuando vuelve a ver a los X-Wings surcando el espacio, a Darth Vader caminando, imponente y acojonante, o a los stormtroopers dando por el culo al personal en nombre del Imperio Galáctico.

Y eso que servidor, a estas alturas, debería ya estar curado de espantos. Porque a ver. 

Ya ni hablamos de aquella trilogía de precuelas que mutiló el universo galáctico y, lo que es peor, el prestigio de un cineasta que le había dado a la humanidad la primera de la serie y dos películas enjundiosas como “American Graffiti” o un excepcional debut, “THX 1138”.

Con aquellos episodios I, II y III, George Lucas no sólo se defenestró estúpidamente del Olimpo del celuloide, sino que consiguió que le odiáramos para los restos, hasta el punto de que no fue hasta diciembre pasado que los fans del universo Star Wars volvíamos a respirar con un mínimo de tranquilidad. Ocurrió cuando a Lucas le quitaron el juguete de las manos –previo pago de la multimillonada de rigor- y le pasaron la pelota a un tipo, JJ Abrams, que a través de la ya mencionada primera entrega de la nueva trilogía le devolvió parte de su encanto.

Sí, han leído bien: parte de su encanto.

Sólo parte.


El repetir de la Fuerza

“The Force Awakens” fue una más de las películas estrenadas en 2015 que sucumbieron a lo que yo, cuando hablo solo en barras de bares o acurrucado en las esquinas de los lavabos, he dado en llamar “Refrito de Alta Cocina” (RAC); ya sé que el acrónimo es harto jodido, pero no me lo tengan en cuenta.

Por RAC entiéndanse aquellas películas en las que volvemos a asistir a las mismas situaciones, momentos análogos, escenas enormemente parecidas, respecto a sus predecesoras. Eso sí, todo dirigido egregiamente, que quien está refriendo la croqueta es Ferrán Adrià y eso en algo se tiene que notar.

Así, por ejemplo, “Spectre”, vigésimo cuarta entrega de la serie 007, nos proponía todo un seguido de momentos Bond digamos que ya manidos: persecución coche/ avión, pelea en tren, persecución nocturna de coches, pelea en helicóptero… todo facturado con gran maestría, sí, pero nada realmente nuevo bajo el sol.

El viejo zorro de George Miller hizo lo propio en su cuarta entrega, y al mismo tiempo reboot, de Mad Max, que es en todo un recopilatorio –cojonudo, quién lo duda- de sus tres anteriores. Un  auto refocile a dos manos que redunda en un producto cinematográfico RAC de libro.

¿Y “The Force Awakens”? Pues sí, bien dirigida, bien actuada y tal pero ¿era necesaria otra taberna galáctica? ¿Era necesario otro mundo desértico? ¿Realmente hacía falta otra Estrella de la Muerte? ¿Alguien pedía una criaturilla émula de Yoda? ¿La escena del puente tenía que recordarnos tanto y de forma tan clara lo que pasa con Obi Wan Kenobi cuando se enfrenta a Darth Vader?

Definitivamente, JJ Abrams no se mantuvo al margen de la tendencia cinematográfica del RAC, lo que le impidió recuperar del todo la magia de la saga original como sí lo había hecho, algún año antes, con dos nuevas entregas de Star Trek, donde reflotaba lo mejor de la serie original y lo bueno de las pelis. 


Pero hablemos de Rogue One

Y, bueno, llegamos ya al quid de la cuestión, a ese primer nuevo spin-off de Star Wars: “Rogue One” nos retrotrae directamente a la primera película de 1977 porque sitúa su acción justo antes de ésta. Tanto, que casi se podría decir que la sinopsis del filme que se estrena mañana se explica en el resumen que abre aquel “Episodio IV”.

Al concepto, de por sí atractivo, se une una serie de tráilers que si bien casi, casi nos explican la película entera (lo que no es excesivamente grave, habida cuenta de que ya sabemos cómo acaba todo), nos alientan a la esperanza.

Ante todo, vemos personajes y decorados de verdad, actores actuando y no el uso indiscriminado del ordenador y la pantallita azul. Vemos muchas escenas bélicas –y es que, oigan, el universo se llama Star Wars, ¿saben?- y, sobre todo, palpamos un respeto exquisito por la imaginería de la primera película que otorga, al conjunto, la coherencia que todo fan en sus cabales debería pedir.
Así las cosas, al que suscribe le embarga la emoción, le queman las entradas en las manos y las gotas de sudor frío le recorren, implacables, el espinazo.

Porque ni dos spinoffs desastrosos, ni tres precuelas mierdosas, ni una nueva trilogía que refríe la original, pueden acabar con la ilusión cimentada durante todos estos años desde la más tierna infancia.

Con la ilusión de aquel chiquillo.

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