martes, 26 de septiembre de 2017

Sin noticias del "Preparao"




Una breve reflexión, sin entrar en los varios debates sobre la legitimidad del referéndum, la legalidad del mismo, sobre si es un referéndum o un plebiscito, sobre la intervención de fuerzas del orden propias y ajenas, sobre discutibles e indiscutibles causas históricas, sobre la actuación de parlamentos y tribunales o sobre el uso indiscriminado de imágenes de Piolín. 

La situación actual es la de un estado, España, del que un territorio, Catalunya, quiere disociarse para fundar otro estado diferente. Este proceso de separación está siendo impulsado por la coalición que ostenta la Jefatura de Gobierno catalana, que mantiene un pulso con el partido que ostenta la Jefatura de Gobierno española. Un pulso en el que, además, se acusa una ausencia de diálogo y una categórica ausencia de voluntad para subsanar esta situación.

Pero un momento. Paren máquinas. Guarden dos segundos de silencio y miren a su alrededor.
¿Soy yo o es que en todo este asunto no se echa en falta a alguien?

Porque del que no tenemos noticias es del jefe del estado español, Felipe de Borbón, comúnmente conocido como “el rey”.

Y eso que hemos –todos, independentistas inclusive- gastado miles de euros en darle una educación al más alto nivel, hasta el punto de que, cuando sucedió a su padre en este cargo vitalicio que en España lo es por la gracia de Dios, se decía de él que era, sin lugar a dudas, el jefe de estado más preparado que el país haya tenido nunca en su larga historia.

Gastamos una cantidad –opaca e imprecisa, devengada en gastos directos e indirectos cuya complejidad es indescifrable- de millones de euros en mantenerles, a él y a su familia, a cuerpo de rey, nunca mejor dicho.

¿Y, con todo ello, qué ha hecho, hasta ahora, este jefe de estado tan preparado, tan competente, tan rotundamente sobresaliente, según sus sostenedores? 

¿No sería conveniente que pusiera todo el conocimiento atesorado en estos largos años de impecable formación, al servicio del país que les paga esta vida de privilegios a él y a los suyos, para tratar de resolver -de alguna manera- el tema? ¿Generar diálogo? ¿No es ahora el momento, su momento, de hablar de tú a tú con una sociedad catalana que siempre ha mostrado un descontento mayoritario y de la que, ahora, una buena parte le quiere decir aquello de “bon vent i barca nova”? 

Porque, tal vez, esa inacción, esa prepotencia de quien no tiene que mojarse porque su puesto lo tiene asegurado para el resto de sus días -y si se le hinchan los regios cojones, siempre podrá optar por ese milagroso reintegro de la realeza emérita, al que se acogiera su abnegado progenitor-, se sume a los varios motivos por los que aquí, en Catalunya, con o sin razón, algunos quieran despedirse con la citada expresión de la barca. 

O con otras, más coloridas, más populares, menos marítimas; léase “aneu a cagar a la via” o similares.

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