miércoles, 25 de noviembre de 2015

Le Clean Cut, el fruto de una gran obsesión




El hecho de ser mod siempre ha implicado un gran grado de subjetividad como, imagino, la pertenencia a cualquier ámbito subcultural mínimamente desarrollado y, por tanto, con voces discordantes y un contexto difícil a su alrededor.

En el caso concreto de los mods, creo que las discordancias empezaron a partir de que hubo dos de ellos. Dos dandis entre basura: el primero y el segundo. Porque es algo que en sus cerca de sesenta años de historia no ha dejado de generar debate, contraposición y discusión infinita sobre qué es cool y qué no lo es, en qué circunstancias y por qué. Quién la tiene más larga. El no estar de acuerdo, el sorpasso estético siempre ha sido consustancial al propio hecho mod.

Es algo tan enriquecedor como absolutamente complicado. Tan polifacético y, a la vez y por eso mismo, imposible de uniformar, de ser definido como movimiento.

Porque no jodamos: por norma general los mods nunca han estado de acuerdo. Mucho o poco, siempre ha habido ese algo de discrepancia. ¿”Movimiento” mod? ¡Anda ya!

Por eso, sé que es difícil para muchos entender lo que para mí significa Le Clean Cut como momento mágico de modernismo en estado puro, sin peros, sin comillas, sin interferencias. Sólo esa sensación que se apodera de ti cuando estás delante de un combo de soul jazz de sublime exactitud, rodeado por los tuyos, viendo trajes hermosos, zapatos impecables, camisas de ensueño. Pañuelos, gemelos, fulares, alfileres de corbata, peinados perfectos que van de los castrense al backcombing, del tres con la raya al cero al frondoso flequillo.

Y, ante todo, sientes toda esa pasión que te rodea, como si de pronto toda esa cacofonía de desacuerdos remara en una sola dirección, la pista de baile, y aunque vengamos todos de lugares distintos, todos hablamos exactamente el mismo idioma, que se pronuncia chasqueando los dedos y sonriendo y echando fugaces miradas a corbatas ajenas.

Para mí Le Clean Cut es exactamente eso y lo ha sido durante los últimos cinco años. Un sueño.

De ahí que, una vez más, no pueda por menos que agradecer a todos los que lo han vuelto a hacer posible. A Miguel y Merche por su apoyo ofreciéndonos ese club perfecto donde entras y, de pronto, es 1963. A los DJs, Álvaro Dimples, Dani Herranz, Marco Starri, Laurent Vidal y Juan Moral por su exquisito buen hacer. A las bandas, Pasapogas Hammond Quartet y Tuset Trío, por convencerme un año más que montar bolos en el weekend es indispensable.

Gracias a Sara, que ha estado desde la segunda edición en la organización de LCC, aportando buena parte de la personalidad que cabe atribuir al evento, y que este año ha decidido que es su último al frente del mismo. Y que tuvo el atino de sugerir a la banda del sábado y a un DJ que desconocía y que me ha sorprendido por su criterio como es Juan. A ella, a Albert Petit y a Lluís Cardenal, que han estado implicados en algún momento en la andadura del proyecto, muchas gracias. Siempre tendréis la puerta del weekender para echaros esos bailes en su pista de baile (¡y sin equivocaciones en la lista de acceso!).

Y también gracias a Mar, por el siempre espléndido cartel, a Roger y Jordi de Daily Records y a Ran-el, del Barbara Ann, por el pedazo de alldayer que acogió en su bar, con unos Julianes en estado de gracia a los platos.

Y gracias enormes a Anna, que en un momento de bloqueo y de incertidumbre me guió de la mano hacia L’Òstia de la Barceloneta encontrando el lugar perfecto para la comida. Y es que no ocurre cada día que te vengan a decir que ha sido “la mejor comida de su vida”. Y por aguantar con estoicismo los nervios que me supone organizar cosas. ¡Gracias Pelirrusa!

Pero, sobre todo, ante todo, un gigantesco  G-R-A-C-I-A-S  a quienes habéis venido, a quienes habéis creado esa atmósfera con vuestra elegancia, vuestra sed de baile, vuestras sonrisas, vuestro Groove. Nombraros a todos sería demasiado largo, pero ya sabéis quiénes sois.

El año próximo habrá, sin duda, más.

Y mejor, espero.

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