miércoles, 10 de febrero de 2016

Banalizar, instrumentalizar y, si cuela, al talego



 
El tratamiento que en este país se ha dado a ETA y, en general, al terrorismo que se ha perpetrado aquí, es vergonzoso. Si sobre el terrorismo de estado se ha corrido un velo lo suficientemente tupido como para que su presunto Sr. X vaya por ahí dando lecciones de “democracia” (nótese el uso nada fortuito del entrecomillado), lo de ETA no se queda atrás si bien en otros términos: los de su banalización e instrumentalización.

A espaldas de quienes han sufrido la salvajada de su acoso, su impuesto revolucionario, sus balas, su Goma-2, sus amenazas, su presión social, su política del miedo, sus secuestros, sus pintadas y sus cócteles molotov a la puerta de casa; se ha usado a ETA y a su “entorno” (esa celebérrima entelequia garzoniana) como elemento la mar de conveniente para la demonización social y, por tanto, como luz verde para decir y –lo que es peor- hacer lo que le sale del perineo al primer hijo de puta. O a la primera hija de puta, que también las hay como se encarga de demostrarnos la actualidad política a diario. 

La penúltima es una obra de dos titiriteros, denunciando esta banalización del terrorismo y su consiguiente instrumentalización, que acaba con los dos susodichos comiendo cárcel sin fianza. Un resultado a medio camino entre la total legitimidad de la obra que representan –¿lo ven como todo era verdad?- y la  profecía autocumplida. 

Eso, en el mismo país donde la flor y nata de corruptos, estafadores y responsables directos de los despropósitos socioeconómicos que hemos padecido andan libres y sonrientes; destruyendo pruebas y chanchulleando erre que erre que, como no ha dejado de demostrarles la “justicia” de esta meseta, algo queda. 

Palabra de menistro

Y, en pleno pifostio por lo de los titiriteros, va Jorge Fernández Díaz, ministro de Interior de un estado presuntamente europeo, y proclama que “ETA desea como agua de mayo” una determinada coalición de gobierno que, mira por donde, a él y a los suyos no les conviene. 


Al margen de la catadura moral que este señor demuestra (léase un poco más arriba, sobre los políticos y políticas de por aquí): ¿Se imaginan a un ministro británico usando el nombre del IRA así? ¿Se imaginan la crisis que para su partido podría suponer el comentario? ¿La movilización social de quienes sufrieron el conflicto irlandés en sus carnes? ¿La disculpa previa a la dimisión, forzada a patadas en el escroto, por una aseveración tan irresponsable?

Pero aquí “is different”, ya saben. Aquí, el ministro se pasa por el meridiano de Greenwich a los muertos, a los heridos, a los familiares, a los que tuvieron que emigrar, a los que han soportado estoicamente toda aquella mierda y, tras, proferir una barbaridad de tamañas dimensiones, se queda más ancho que largo. Y, posiblemente, se vaya a celebrarlo con una rica  mariscada, o con meretrices de alto copete, o insuflando algún estupefaciente que le permita seguir soltando gilipolleces de tal calibre sin parpadear. O todo a la vez, ya puestos.

Tú tilda de etarra, que algo queda

Porque en ésta -que ni siquiera es república bananera ya que encima es una monarquía- se puede banalizar, usar el nombre de los muertos y las víctimas en vano y a mala leche; y hacerlo para reprimir, demonizar y quitar de en medio quienes ponen en peligro ese pastel que tan ricamente tienen repartido entre cuatro. Y ni siquiera eso, ni siquiera se trata de perseguir a quienes hacen peligrar el statu quo, porque ya me dirán Uds. qué enorme peligro social constituye una pareja de titiriteros.


¿Pero recuerdan cuando se banalizó a ETA para compararla con el Movimiento 15M? ¿Y con Podemos? ¿Y con la PAH? ¿Y con movimientos cívicos a favor del independentismo catalán? ¿Y con jueces que han investigado la corrupción? ¿Y con quienes promueven una Ley de Memoria Histórica? ¿Y con la estanquera del barrio?

Y, todo y con eso, da igual a quien le toque: la impunidad, la carta blanquinuclear, con la que actúan llega a unos límites de encarcelar por algo, tan básico en una democracia, como es la libertad de expresión en una obra de ficción. Al menos, la presunta libertad de quienes se atreven  a cuestionar si lo que los de ahí arriba llaman “sistema” no es, más bien, un entramado de ruindad en beneficio -sistemático, eso sí- de unos pocos.

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