jueves, 26 de abril de 2018

30 años acodados a la barra



Los recuerdos tienen mucho que ver con los escenarios. La conjugación de momentos y lugares en los que ocurrió algo lo suficientemente trascendente como para haberse quedado instalado en la materia gris, con ocasionales retornos que trasladan, mentalmente, a aquellos instantes pasados que se niegan a abandonar las vidas que continúan tras su paso.

Todos tenemos, incrustados en el recuerdo, nuestros escenarios recurrentes. Aquellos lugares en los que se enmarcan diversos hechos que vivimos o vimos. Días, momentos, horas o años diferentes que están ahí, desordenadamente encapsulados en la memoria, dispuestos a salir, como el genio cuando frotas la lámpara, si se cruza camino con alguien lo suficientemente cándido para escuchar y exponerse al alud, a menudo imparable, del anecdotario pretérito.

En esos escenarios sobre los que desfilan recuerdos, uno tras otro, como en un cabaret donde casi no hay tiempo ni para los aplausos, es en lo que pienso cuando pienso en el Barbara Ann: ese minúsculo garito instalado a la anónima sombra de una anodina calle del barrio de Les Corts, sin el que la historia del underground barcelonés, simplemente, no se explicaría.

Ya en términos más autobiográficos, más ligados a la arbitrariedad de la memoria, el Barbara Ann fue, durante muchos años, mi bar. El sitio donde reunirme con tipos como yo. El lugar adonde ir a exultar con música de guitarras en la Barcelona tomada por la electrónica. El bar donde estallar de risa en mil conversaciones delirantes. El campo de batalla sobre el que combatir ingenuamente el dolor a base de jarras de medio litro de cerveza, una tras otra, mientras deseas que el plomo que hunde tus entrañas se volatilice y de fondo suenan los Byrds.

El Barbara Ann fue el lugar donde a unos cuantos nos pasaron cosas, muchas cosas, cuando se tiene la edad para que pasen cosas. La tarima sobre la que se fraguaron amistades, enemistades, ligues, roturas de corazón y decisiones. Algunas tontas y otras trascendentes. Algunas acertadas y otras imbéciles, atroces. Fue, es, el lugar donde aprendí muchas lecciones. Algunas dolorosas, aunque (supongo que) necesarias.


Pandora’s Boxx R&B Lounge

En la minúscula cabina del establecimiento, a un lado y al otro de la cual tan pocos fraguaron tantos proyectos, algunos todavía vivos y vibrantes en nuestro acervo cultural, pinché innumerables veces. La mayoría de éstas lo hice codo con codo con mi amigo, David Gil, en lo que llamábamos Pandora’s Boxx R&B Lounge: nuestra sesión mensual donde cocinar sonidos Mods y afines: R&B, Soul, Beat, mayormente.

Amantes de la cartelería mongola y de la borrachera con camisa de cuello abotonado, David y yo perduramos mensualmente en la cabina del Barbara Ann cerca de un lustro, desde 1997 hasta 2002, y nos despedimos a principios de 2003.

Por eso, cuando ahora se celebran los 30 años del Barbara Ann, de ese pequeño e insospechado epicentro del hervor vintagista barcelonés, siglos antes de que lo vintage estuviera mínimamente bien visto en esta ciudad, siento una extraña mezcla de emociones al saber que, entre los numerosos atractivos del festejo, David y yo volveremos a asaltar una cabina mano a mano tras 15 años desde la última vez. Será la del Bikini, este domingo 29, respaldando los directos de Brighton 64, Brioles, Suzy & los Quattro, Las Sombras y Kindabeat Experience: un inmejorable muestrario de los talentos musicales que, en algún momento u otro, en algunos casos desde siempre, han estado acodados a la barra del Barbara Ann en estos 30 largos años de su historia.

Disponen de más información sobre el programa de festejos de este aniversario en el cartel (un poco más arriba) o en el evento de Facebook, al que pueden acceder A TRAVÉS DE AQUÍ.

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