Ante el aciago panorama político,
social y cultural que, a veces mordiéndome muy mucho la lengua, me abstengo de
comentar por mi propio bien -a ciertas edades, empieza a sentar especialmente
mal el hervor sanguíneo-, hoy me complace muchísimo comunicar una buena
noticia.
No sólo porque recibo un premio
literario por una obra que me ha hecho mucha ilusión escribir y desarrollar,
durante algo más de un año y medio, sino porque, además, es un premio que
comparto con un autor que admiro profundamente, Andreu Martín, responsable de
la que, para mí, hoy por hoy, es la más rotunda y redonda novela sobre Barcelona,
la demoledora “Cabaret Pompeya”.
Martín, escritor todoterreno, gana el
premio Vila-real 2018 en la categoría de narrativa en catalán con "Els tres amants i la mort", mientras que servidor lo hace en la
categoría de narrativa en castellano con una obra, presentada bajo el título “Morir,
sin duda”, pero cuyo título definitivo será, finalmente, el algo más contundente
“Soy la venganza de un hombre muerto”. Ambas, de próxima aparición en la
editorial Alrevés.
Al margen del cosquilleo que
recorre mi ser al saberme compartiendo galardón con un gigante de la talla de Martín
y, encima, publicado por un sello tan referencial como Alrevés, hay algo de este premio que me
gusta singularmente: Ambos ganadores venimos de Barcelona, cada uno en un
idioma, sin que uno excluya al otro, sin otro objetivo que el común de contar
historias que gusten y convenzan. Los dos formamos parte de un mismo contexto
donde la calidad no se mide por la lengua de nuestra elección, sino por otros parámetros,
en un ecosistema de extraordinaria convivencia y riqueza lingüística.
Y qué quieren que les diga. En
estos días de catalanofobia e hispanofobia, en que unos tildan una lengua de
dialecto neandertalesco y otros tildan la otra de ladrido colonizador, es un
placer ver cómo, lejos de sectarismos imbéciles, se sigue manufacturando literatura
en Catalunya sin que el politiqueo pueda meter sus zarpas y sin que los
criterios cualitativos los definan intereses partidistas y espurios.
Sin que muchos catalanes dejemos
de vivir cada día con dos lenguas, ambas apasionantes; ambas, vehículos
pluscuamperfectos para contar historias cojonudas.
Y para que te las cuenten,
claro.
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