En estos alegres y navideños días
en que, como es sabido, la humanidad vive ufana y sin graves contrariedades,
habiendo sido resueltos todos los conflictos, hambrunas, abusos y enfermedades
que afectaban al orbe y a sus moradores; se ha hallado -¡por fin!- un problema
que trae consigo, como no podía ser de otra manera al tratarse del único, un
enardecido debate sociocultural. Y político, claro; que donde no moje la
política.
Pero atiendan: Las cabalgatas de
reyes están siendo instrumento de adoctrinamiento de los más pequeños. Así, como
lo oyen. Leen.
De hecho, en vez de determinar
que ciertas actitudes son a todas luces nefandas, parece que el hecho de que
unos adoctrinen a sus niños legitima, a los del bando contrario, a hacer lo propio
con los suyos.
Es decir que, como durante la
cabalgata de Villaboñiga del Arzobispo, el PP local reparte entre la infancia del
lugar caramelos envueltos en papel con el logo de su partido; en la de Santa
Clavaguera del Bages hay que darles a los muchachos farolillos con la Estelada.
Como ahí les visten de pequeño
benemérito, aquí les ponemos una bandera por capa. Que pá chulo, yo.
Una actitud que, además, se
refleja magistralmente dramáticamente en nuestras clases políticas: cuando
miembros de un partido con una lista de imputaciones por corrupción del grosor
de unas Páginas Amarillas, distraen la atención del ciudadano dirigiendo el
Gran Dedo Acusador a sus respectivas cabalgatas municipales. Por el atuendo,
cáguense.
O cómo estas mismas, cual
Froilancito pegándose un tiro en el pie, presas de una timorata corrección
política que encoje hasta el más aguerrido de los culos, sustituyen a un rey
mago por una reina maga. Ya saben, por aquello de la igualdad y tal.
Da igual si luego, en casa, los
nenes se enganchan a juegos donde pueden violar a una puta adicta al crack y
apalizarla con un bate, antes de acribillarla con una Uzi contrachapada en oro.
Sea como sea, y volviendo al dilema
ecuestre que nos ocupa, la que pringa es la chavalada, claro, que es
inmisericordemente instrumentalizada para llegar a ser, en el día de mañana, la
buena, digna y enfervorizada savia patriótica de, bueno, de donde le haya
tocado nacer.
Y al margen de lo cuestionable o
incluso imbécil que todo ello pueda, de entrada, parecer a unos, quizás
deberíamos ir preguntando a los otros, a los que se apuntan al carro, al
bombardeo y a lo que haga maldita la falta, hasta qué punto vale la pena.
O si vale la pena en algo.
Desde luego, y en esto espero
coincidir con el lector, está claro que el desarrollo intelectual de los niños,
como futuros adultos, no se basa exactamente en unos caramelos o un farolillo. O
si en que un rey mago parece sacado de un jodido desfile de Agatha Ruiz de la
Prada.
¿Pero vale la pena ir más allá?
¿Usar a tus rorros para fines políticos, patrióticos?
Sin querer aparentar un amplio
conocimiento en materia pedagógica del que carezco sino -más bien- echando mano
de algo de eso conocido como sentido común: el desarrollo, el ayudar un niño a
ser mañana un adulto con una visión formada, informada y ponderada que vertebre
sus opiniones y convicciones, creo que tiene que ver sobre todo con que, en
casa, reciba una educación que le lleve a pensar por sí mismo.
Y, ya de paso, y puestos a pedir,
que en el colegio reciba una formación mínimamente rigurosa donde los
profesores o los libros de texto no reinventen la historia a su gusto.
Tal vez, quienes tengan hijos
pequeños ahora, deberían ser capaces de relativizar un poco sus convicciones,
aceptar que ahí fuera puede haber -qué coño, ¡hay!- otras ideas, y, en
consecuencia, educar en vez de inculcar. Argumentar en vez de sentenciar.
Razonar en vez de dogmatizar.
Explicar lo que se piensa, claro,
compartir las ideas, los principios, las que se sienten como certidumbres y el
amor por lo que se ama, faltaría más, pero sin olvidar que la de uno tampoco es
la verdad absoluta porque, miren, quizás la única verdad absoluta es que no hay
una sola.
Para explicarme mejor, vendría a
ser algo así como “chaval, yo pienso lo que pienso, que es esto; y tú pensarás
lo que pensarás”.
Pero piensa. Que eso es lo que
importa.
Quizás, así, y a pesar de los caramelos,
los farolillos, la reina maga, el disfraz de pequeño legionario y la madre que
los parió a todos; a pesar de libros que deforman la historia o profesores que se
pasan el mínimo rigor por la Puerta de Tanhauser, las generaciones que nos
sucedan puedan hacer algo de provecho con sus cerebros. Y con sus vidas.
Y, oiga, amigo unionista, que su
hijo sea indepe no es ningún drama. Créame. Y oiga usted también, amigo independentista,
si su hija no piensa exactamente lo mismo que usted sobre el trozo de tierra que
habitan, què hi farem? Lo importante, pienso, es que lo que crea lo crea por sí
misma/o tras haberse debidamente informado y reflexionado, ¿no le parece?
Porque al final, más que su
patria o lo que Ud. entienda por tal, y por encima de sus ideas, por encima de
fronteras, territorios, lenguas, rencillas históricas, monarcas muertos,
señores feudales olvidados y gobernantes que salen en fotos en blanco y negro;
lo importante es que la criatura use la materia gris de forma autónoma.
Por sí misma, ya sabe.
Y que esté protegida,
intelectualmente, éticamente, del riesgo de que los de ahí arriba, sí, esos que
nos la están metiendo a nosotros colectivamente, ahora mismo, en varios
idiomas, bajo distintas banderas, mientras hablamos Ud. y yo, y nos la endilgan
hasta le gaznate, que esos hijos de puta, decía, hagan lo mismo con ella.
Brutal, Alberto.Quienes lobotomizan a los peques con otra ideología que no sea la de aprender a pensar y aprender a aprender, no se han enterado de nada y son basicamente, unos egoistas.Lo que más les gusta un crío es aprender, y descubrir las cosas por uno mismo. Caundo se imponen ideologías o gustos musicales es cuando se crece en "oposición a" esas ideologías y esos gustos musicales.Si queréis que ha vuestro retoño le gusten los Beatles, no se lo impongáis, porque crecerá escuchando a Barón Rojo. Pero vamos, todo esto es de un sentido común que flipas, lo saben hasta los tontos.
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