En las mismas fechas en que el
Cuerpo Nacional de Policía confirma que el Partido Popular usó la fundación
Miguel Ángel Blanco parar financiar ilegalmente campañas, dentro de ese
engranaje complejo y diabólico llamado Trama Gürtel, los representantes del
partido, lejos de pedir perdón, bajar la cabeza y sucumbir ante un más que
razonable auto asco, señalan con el Gran Dedo Acusador al Ayuntamiento de
Madrid por no sumarse a la charlotada de la pancarta dedicada al finado en el aniversario de su vil asesinato.
Porque, claro, seguro que el alma
de ese chaval al que aquellos hijos de la gran puta "ajusticiaron" (según su fétida mentalidad) tras las
peores últimas 48 horas que nadie pudiera sufrir, descansa en paz sabiendo que
quienes usan su nombre y esos dos días de desesperado dolor para llenarse los
bolsillos, ponen una pancartita con su cara en la fachada de su ilegalmente
reformada sede. Seguro que sí.
“¡Hey! ¡Muchas gracias,
compañeros!”, me parece estar oyéndole proclamar desde la tumba. “Que os
aprovechen las putas, la farlopa y el marisco amasados usando mi nombre que,
total, yo ya estoy criando malvas”, apostilla, con una sonrisa beatífica.
Morir en democracia
Yo no sé cómo era Blanco. No sé
si era un tipo honesto o un trepa. Un gilipollas o un tío cabal. Buena gente o
alguien que iba por la vida dando por el culo al prójimo. No lo sé, repito. Sólo
sé que por muy contradictorias, imbéciles o incluso cicateras que puedan ser
las ideas que uno defiende y/o la forma de defenderlas, no se merece por ello
la muerte.
Y, menos aún, una muerte así.
La del asesinato del valiente a
manos del cobarde, del miserable, del gusano. Nada que ver con un Carrero
Blanco o un Melitón Manzana. Nada que ver con una presunta guerra de liberación.
Nada que ver con ideales, de hecho.
Te mato porque puedo y porque
quiero y porque no hay una mierda que puedas hacer al respecto.
Víctimas muertas y víctimas vivas
El caso es que a Miguel Ángel Blanco
le mataron mientras que otras víctimas del terrorismo en tiempos de democracia
(por muy precaria que ésta fuera y siga siendo), personas que como él se
jugaron algo más que el tipo por defender sus ideas, gente como la propia alcaldesa
de Madrid para entendernos, tuvieron la suerte de sobrevivir.
Manuela Carmena, a la que ahora
acusan, desde ese nido de corruptos y con un maniqueísmo de niño tonto de
primaria, de establecer categorías entre víctimas de primera y víctimas de
segunda, eludió por muy poco la muerte del atentado de la Triple A que se cobró
la vida de cinco abogados laboralistas el 24 de enero de 1977.
Cinco abogados, cinco vidas,
cuyos rostros no recuerdo haber visto jamás en la fachada de Génova 13; como
tampoco recuerdo haber visto el rostro de ninguna víctima del GAL, de la
ultraderecha o, para el caso, de la mayoría de las más de 800 víctimas
cosechadas por ETA.
Muertos y mezquindad
Al hilo del show de la pancarta, Cristina
Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid, se llena ahora la boca
tildando a Carmena de “mezquina” con las víctimas. La misma Cifuentes que, recordemos,
en marzo de 2015, se negaba a acudir a un Homenaje a las Víctimas del 11M
organizado por la asociación que presidía Pilar Manjón, al no considerarlo “oportuno, después de haber sido elegida por el PP como candidata a presidenta de la
Comunidad”.
Supongo que no había, entre todas aquellas víctimas,
ningún concejal de su propio partido al que sacarle rédito de ningún tipo, ni político
ni del otro.
Y, hablando de mezquindad, por estas
latitudes también vamos servidos. Y si no que se lo pregunten a Carles
Puigdemont, nuestro flamante President autonómico, quien tuvo el acierto y don
de la oportunidad de aprovechar un acto de homenaje a las Víctimas de Hipercor
para soltar -sin pestañear, como suele pasar toda vez que profiere una
de sus gilipolleces catedralicias- que la de la “lucha” contra el estado español es
igualita a la de los ciudadanos contra el terrorismo de ETA. Lo mismito,
escuchen.
O cómo instrumentalizar a 21
muertos y 45 heridos para intentar dotar de… algo… lo que sea... un discurso
vacío. Cómo convertirlas en mártires de lo que no son olvidando, de paso, que sí son mártires de lo que son.
Ahora bien, si me preguntan les
diré que, lejos de sorprenderme el uso malintencionado y bastardo de los
muertos para los propios intereses, políticos y económicos, sabedor de la
catadura moral de nuestra clase política, lo que para mí escapa a toda lógica,
lo que sigo sin entender, lo que me deja completamente perplejo, es que a pesar
de todo esto, alguien, gente, mucha gente, siga votando a esta pandilla de hienas
hijas de la gran puta.
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