Era ese que estaba ahí detrás, cabello pelirrojo
Klimt y tez pálida como una pieza de mármol de Carrara, de constitución tirillas
y con más nervio que un bistec del Carrefour. Esgrimía una sonrisa torcida de
morapio y anfetamina y la mirada de un tarado peligroso, pero, eso sí, eso
siempre, mantenía un ritmo impecable. Un ritmo negro. Un ritmo de haber crecido
en Chicago, Illinois, en vez de en Lewisham, Londres.
Sus manos óseas percutían los tambores
y platillos con infalible tempo, mientras sus pies se empleaban con el bombo
con la exactitud de una buena bomba de relojería. Se llamaba Peter, pero atendía
al nombre de Ginger por la ígnea rojez de su cabello.
Y, lo que yo les diga, ése de ahí
detrás, ése que sonreía desencajando su mandíbula y miraba escupiendo los ojos
fuera de sus cuencas, ése, decía, era un verdadero todoterreno, capaz de
medirse con cualquier cadencia, por remota que fuera su proveniencia o compleja
que fuera su arquitectura. Y ése, justo ése, nos dejaba el domingo pasado, tras
80 años de vida muy vivida y mucho vivida.
Esta tarde, desde El Aperitivo del
Ritual, nos centramos en sus años de forja, en sus primeros pasos, durante la
excitante década de los 60, hasta convertirse en la bestia parda, en el
todoterreno de la percusión, por el que ha pasado ya a la memoria colectiva.
Porque Ginger Baker, no jodamos, se lo merece.
Échenle la zarpa, esta tarde, de 20h a
21h, en el 100.5 de la FM de Barcelona o a través de www.radiociutatvella.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario