viernes, 11 de octubre de 2019

La forja de Ginger Baker



Era ese que estaba ahí detrás, cabello pelirrojo Klimt y tez pálida como una pieza de mármol de Carrara, de constitución tirillas y con más nervio que un bistec del Carrefour. Esgrimía una sonrisa torcida de morapio y anfetamina y la mirada de un tarado peligroso, pero, eso sí, eso siempre, mantenía un ritmo impecable. Un ritmo negro. Un ritmo de haber crecido en Chicago, Illinois, en vez de en Lewisham, Londres.

Sus manos óseas percutían los tambores y platillos con infalible tempo, mientras sus pies se empleaban con el bombo con la exactitud de una buena bomba de relojería. Se llamaba Peter, pero atendía al nombre de Ginger por la ígnea rojez de su cabello.

Y, lo que yo les diga, ése de ahí detrás, ése que sonreía desencajando su mandíbula y miraba escupiendo los ojos fuera de sus cuencas, ése, decía, era un verdadero todoterreno, capaz de medirse con cualquier cadencia, por remota que fuera su proveniencia o compleja que fuera su arquitectura. Y ése, justo ése, nos dejaba el domingo pasado, tras 80 años de vida muy vivida y mucho vivida.

Esta tarde, desde El Aperitivo del Ritual, nos centramos en sus años de forja, en sus primeros pasos, durante la excitante década de los 60, hasta convertirse en la bestia parda, en el todoterreno de la percusión, por el que ha pasado ya a la memoria colectiva. 

Porque Ginger Baker, no jodamos, se lo merece.

Échenle la zarpa, esta tarde, de 20h a 21h, en el 100.5 de la FM de Barcelona o a través de www.radiociutatvella.es

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