El hecho de ser mod siempre ha
implicado un gran grado de subjetividad como, imagino, la pertenencia a
cualquier ámbito subcultural mínimamente desarrollado y, por tanto, con voces
discordantes y un contexto difícil a su alrededor.
En el caso concreto de los mods,
creo que las discordancias empezaron a partir de que hubo dos de ellos. Dos
dandis entre basura: el primero y el segundo. Porque es algo que en sus cerca
de sesenta años de historia no ha dejado de generar debate, contraposición y
discusión infinita sobre qué es cool y qué no lo es, en qué circunstancias y
por qué. Quién la tiene más larga. El no estar de acuerdo, el sorpasso estético siempre ha sido
consustancial al propio hecho mod.
Es algo tan enriquecedor como
absolutamente complicado. Tan polifacético y, a la vez y por eso mismo,
imposible de uniformar, de ser definido como movimiento.
Porque no jodamos: por norma
general los mods nunca han estado de acuerdo. Mucho o poco, siempre ha habido
ese algo de discrepancia. ¿”Movimiento” mod? ¡Anda ya!
Por eso, sé que es difícil para
muchos entender lo que para mí significa Le Clean Cut como momento mágico de
modernismo en estado puro, sin peros, sin comillas, sin interferencias. Sólo
esa sensación que se apodera de ti cuando estás delante de un combo de soul
jazz de sublime exactitud, rodeado por los tuyos, viendo trajes hermosos,
zapatos impecables, camisas de ensueño. Pañuelos, gemelos, fulares, alfileres
de corbata, peinados perfectos que van de los castrense al backcombing, del
tres con la raya al cero al frondoso flequillo.
Y, ante todo, sientes toda esa
pasión que te rodea, como si de pronto toda esa cacofonía de desacuerdos remara
en una sola dirección, la pista de baile, y aunque vengamos todos de lugares
distintos, todos hablamos exactamente el mismo idioma, que se pronuncia
chasqueando los dedos y sonriendo y echando fugaces miradas a corbatas ajenas.
Para mí Le Clean Cut es exactamente eso y lo ha sido durante los
últimos cinco años. Un sueño.
De ahí que, una vez más, no pueda
por menos que agradecer a todos los que lo han vuelto a hacer posible. A Miguel
y Merche por su apoyo ofreciéndonos ese club perfecto donde entras y, de
pronto, es 1963. A los DJs, Álvaro Dimples, Dani Herranz, Marco Starri, Laurent
Vidal y Juan Moral por su exquisito buen hacer. A las bandas, Pasapogas Hammond
Quartet y Tuset Trío, por convencerme un año más que montar bolos en el weekend
es indispensable.
Gracias a Sara, que ha estado
desde la segunda edición en la organización de LCC, aportando buena parte de la
personalidad que cabe atribuir al evento, y que este año ha decidido que es su
último al frente del mismo. Y que tuvo el atino de sugerir a la banda del
sábado y a un DJ que desconocía y que me ha sorprendido por su criterio como es
Juan. A ella, a Albert Petit y a Lluís Cardenal, que han estado implicados en
algún momento en la andadura del proyecto, muchas gracias. Siempre tendréis la
puerta del weekender para echaros esos bailes en su pista de baile (¡y sin
equivocaciones en la lista de acceso!).
Y también gracias a Mar, por el
siempre espléndido cartel, a Roger y Jordi de Daily Records y a Ran-el, del
Barbara Ann, por el pedazo de alldayer que acogió en su bar, con unos Julianes en
estado de gracia a los platos.
Y gracias enormes a Anna, que en
un momento de bloqueo y de incertidumbre me guió de la mano hacia L’Òstia de la
Barceloneta encontrando el lugar perfecto para la comida. Y es que no ocurre
cada día que te vengan a decir que ha sido “la mejor comida de su vida”. Y por
aguantar con estoicismo los nervios que me supone organizar cosas. ¡Gracias
Pelirrusa!
Pero, sobre todo, ante todo, un
gigantesco G-R-A-C-I-A-S a quienes habéis venido, a quienes habéis creado esa
atmósfera con vuestra elegancia, vuestra sed de baile, vuestras sonrisas,
vuestro Groove. Nombraros a todos sería demasiado largo, pero ya sabéis quiénes
sois.
El año próximo habrá, sin duda,
más.
Y mejor, espero.
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