De pequeño fui un gran, enorme
fan, del universo Star Wars, como muchos chavales de mi generación.
Todavía no sabía que la primera
película era, de facto, la adaptación de una obra maestra de Kirosawa, “La
Fortaleza Oculta”; ni tenía el ojo suficientemente entrenado para leer las mil
y una referencias que iban desde el cine bélico hasta el negro, en esta
historia de redención, sables láser y amistad que, ya digo, conquistó miles de
corazoncitos, incluido el de menda.
Ya en la década pasada, su
creador, un cineasta hasta entonces venerado por una filmografía que sólo
contaba tres títulos, pero enormes los tres (la orwelliana “THX 1138”, la
poderosa “American Graffiti” y la primera entrega de “Star Wars”), decidió dar
carpetazo a su prestigio pertrechando los horribles episodios I, II y III: una
trilogía basada en ridículos efectos especiales, con un guión nefasto, unos personajes
que hacían que los del Show de Benny Hill parecieran la Generación del 27 y una
historia, la de la caída de un personaje trágico, contada tan mal que acababa
resultando involuntariamente cómica.
Aunque, claro, no lo era para
miles de fans que esperábamos algo de respeto por parte de quien sabía ya que tenía
nuestras entradas de cine vendidas de antemano. Recuerdo lo extraño que se me
hizo ya sólo el tráiler, lo poco que parecía tener que ver aquello con las
películas de mi niñez.
Con aquel despropósito mal
hilvanado y resuelto con los pelos de su orondo culo, George Lucas nos dejaba con
un sabor amargo en la boca. Aquella historia, que de niños habíamos imaginado
una y mil veces, mutilada de aquella manera. Actores de la talla de Christopher
Lee o Terence Stamp, tan estúpidamente malgastados (este último llegó a tildar
su actuación en “La Amenaza Fantasma” como una de las experiencias más
decepcionantes y vacías de su carrera). Aquellos diálogos imbéciles. Aquellas
interminables escenas de acción inverosímil. Aquel overbooking de bichos creado
para engordar el merchandising.
Aquella inadmisible puta mierda,
en suma.
Y así nos quedamos muchos. Con
ese epílogo de decepción. Pensando, sabiendo, que ningún niño de primeros de
los 2000 iba a verse cautivado por la triste historia de Anakin Skywalker y
que, a lo sumo, iban a recordar aquellas tres pelis como un interminable cruce
entre un mal dibujo animado y un pedestre juego de ordenador, con aburridos
diálogos intercalando la acción y una historia de amor que hace que cualquier
línea de Corín Tellado parezca el “Anti Social” de Skrewdriver.
Así hasta ahora, cuando JJ
Abrams, responsable de reflotar algo tan complicado de exhumar como la serie
original de Star Trek a través de dos egregios largometrajes, toma las riendas
de la primera entrega de una nueva trilogía donde nuevos y viejos personajes
convergen y donde, por primera vez en treinta años, parece que vuelve a haber
argumento y personajes y decorados y una historia de verdad.
Y, aunque uno ya esté mayorcito
para según qué cosas, vuelve esa vaharada de pasión, de ganas de más, de gusto
por recuperar aquella galaxia lejana que su propio creador se había encargado
de alejar de nuestras vidas hasta (¿casi?) mandarla a tomar por el culo.
Este viernes, comprobaré si mi
sensación es la correcta y si, con "The Force Awakens" (el título es de por sí toda una declaración de principios), a Star Wars le queda fuelle para seguir gustando,
cautivando y generando fandom a su alrededor. Si, como para aquel Darth Vader, que en el
último suspiro recuerda que fue una vez un tipo cabal y buena gente, también
hay redención para el universo fílmico creado en 1977 por George Lucas, antes
de su vergonzosa bajada a los infiernos de la infamia.
Como se podrán imaginar, la
entrada lleva dos meses en mi poder.
Gran reflexión... mi entrada para el estreno está ardiendo ya.
ResponderEliminarLa mía está bailando el unga-bunga sobre el escritorio!
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