Llevo desde el domingo por la
noche intentando explicármelo. Intentando enmarcar, encorsetar más bien, los
acontecimientos en un puro plano ideológico donde sólo existen intenciones y
expectativas, y no hechos consumados. Llevo así desde el domingo, sin conseguir
nada más que lo contrario.
Porque lo que ha premiado la
mayoría de españoles con sus votos no es un programa, ni una ideología, ni un
proyecto. Ni siquiera es una justificable consecuencia del miedo a otras
opciones que nos abocarían a un país de iglesias violadas y monjas quemadas (¿o
era al revés?).
Aquí ha triunfado la corrupción de
los sobres en B, de la Púnica, de la Gürtel. Han vencido el silencio de las
víctimas del metro de Valencia y el compadreo urbanístico a expensas públicas y
el “que se jodan” a millones de parados. Han ganado la represión de la ley mordaza,
la ignorancia de la LOMCE, la insolidaridad del no a la dación en pago y el rescate
público, de gratelo, a una banca privada que no ha rendido cuentas a nadie. Han
prevalecido los recortes, el mamoneo y los incumplimientos sistemáticos de
programas y promesas.
Y, por encima de todo, ha sido recompensada
la inactividad del que ha apoyado abiertamente a corruptos, ha leído el Marca
y, por aquello de ahorrarse algún disgustillo, ha ejercido su papel de máximo
responsable de gestionar el país desde una pantalla de plasma. De quien ha
gobernado en diferido.
Algo que, a estas alturas, sólo
quien no quiere saber no sabe, porque incluso los medios más afines al poder no
han podido callar, ocultar, algunas cosas. No han podido, ni siquiera ellos,
lacayos de un status quo acomodaticio, obviar y mirar hacia otro lado.
Por eso, me resulta imposible el
ejercicio de devolver a una dimensión puramente ideológica el desastre al que la
mayoría del electorado español, con la salvedad de Euskadi y Catalunya -y allá
van dos hechos diferenciales tan elocuentes como innegables-, ha abocado este
país en sus próximos años de “gestión” política. Porque no puedo dejar de
pensar en palabras como complicidad, connivencia o conchabanza.
No puedo dejar de pensar en la
corresponsabilidad del votante que ha vuelto a depositar el poder de las
decisiones en manos de corruptos, mentirosos, meapilas, ladrones y cínicos; apostando una
vez más por un inmovilismo que nunca ha dejado de ser marca de esta casa que
nunca se pareció tanto, como ahora, a la de Bernarda Alba. Vosotros lo habéis
hecho posible.
Espero, y lo digo muy en serio,
que alguien consiga aportarme razones que me ayuden a comprender algo más, a no
tener esa sensación de vivir en un país de palafreneros, masoquistas e
inconscientes que, al día siguiente, voluntariamente ignaros de los cuatro años
que nos esperan, perdían nervios, neuronas y culos por la jodida Eurocopa, la
jodida Roja y la jodida madre que los parió a todos.