Mañana se estrena “Rogue One”,
primero de los tres nuevos spin-offs que, del universo de la Guerra de las
Galaxias, se irán sucediendo en paralelo a la nueva trilogía iniciada el año
pasado con “The Force Awakens”.
Y yo, oigan, que ya he quedado
dos veces para ir a verla este fin de semana porque -¿qué quieren?- para
algunas cosas uno es todavía aquel
chiquillo.
Pese a los precedentes poco
halagüeños –aquellos dos terribles largometrajes sobre los repelentes Ewoks que
la historia oficial se empeña deliberadamente en borrar de la memoria
colectiva-, uno no es de piedra y su corazón se pone a mil cuando vuelve a ver
a los X-Wings surcando el espacio, a Darth Vader caminando, imponente y
acojonante, o a los stormtroopers dando por el culo al personal en nombre del
Imperio Galáctico.
Y eso que servidor, a estas
alturas, debería ya estar curado de espantos. Porque a ver.
Ya ni hablamos de aquella
trilogía de precuelas que mutiló el universo galáctico y, lo que es peor, el
prestigio de un cineasta que le había dado a la humanidad la primera de la
serie y dos películas enjundiosas como “American Graffiti” o un excepcional
debut, “THX 1138”.
Con aquellos episodios I, II y
III, George Lucas no sólo se defenestró estúpidamente del Olimpo del celuloide,
sino que consiguió que le odiáramos para los restos, hasta el punto de que no
fue hasta diciembre pasado que los fans del universo Star Wars volvíamos a respirar
con un mínimo de tranquilidad. Ocurrió cuando a Lucas le quitaron el juguete de
las manos –previo pago de la multimillonada de rigor- y le pasaron la pelota a
un tipo, JJ Abrams, que a través de la ya mencionada primera entrega de la nueva
trilogía le devolvió parte de su encanto.
Sí, han leído bien: parte de su
encanto.
Sólo parte.
El repetir de la Fuerza
“The Force Awakens” fue una más
de las películas estrenadas en 2015 que sucumbieron a lo que yo, cuando hablo
solo en barras de bares o acurrucado en las esquinas de los lavabos, he dado en
llamar “Refrito de Alta Cocina” (RAC); ya sé que el acrónimo es harto jodido,
pero no me lo tengan en cuenta.
Por RAC entiéndanse aquellas películas en las
que volvemos a asistir a las mismas situaciones, momentos análogos, escenas
enormemente parecidas, respecto a sus predecesoras. Eso sí, todo dirigido egregiamente,
que quien está refriendo la croqueta es Ferrán Adrià y eso en algo se tiene que
notar.
Así, por ejemplo, “Spectre”,
vigésimo cuarta entrega de la serie 007, nos proponía todo un seguido de
momentos Bond digamos que ya manidos: persecución coche/ avión, pelea en tren, persecución
nocturna de coches, pelea en helicóptero… todo facturado con gran maestría, sí,
pero nada realmente nuevo bajo el sol.
El viejo zorro de George Miller
hizo lo propio en su cuarta entrega, y al mismo tiempo reboot, de Mad Max, que
es en todo un recopilatorio –cojonudo, quién lo duda- de sus tres anteriores. Un auto refocile a dos manos que redunda en un
producto cinematográfico RAC de libro.
¿Y “The Force Awakens”? Pues sí,
bien dirigida, bien actuada y tal pero ¿era necesaria otra taberna galáctica?
¿Era necesario otro mundo desértico? ¿Realmente hacía falta otra Estrella de la
Muerte? ¿Alguien pedía una criaturilla émula de Yoda? ¿La escena del puente
tenía que recordarnos tanto y de forma tan clara lo que pasa con Obi Wan Kenobi
cuando se enfrenta a Darth Vader?
Definitivamente, JJ Abrams no se
mantuvo al margen de la tendencia cinematográfica del RAC, lo que le impidió
recuperar del todo la magia de la saga original como sí lo había hecho, algún
año antes, con dos nuevas entregas de Star Trek, donde reflotaba lo mejor de la
serie original y lo bueno de las pelis.
Pero hablemos de Rogue One
Y, bueno, llegamos ya al quid de
la cuestión, a ese primer nuevo spin-off de Star Wars: “Rogue One” nos retrotrae
directamente a la primera película de 1977 porque sitúa su acción justo antes
de ésta. Tanto, que casi se podría decir que la sinopsis del filme que se
estrena mañana se explica en el resumen que abre aquel “Episodio IV”.
Al concepto, de por sí atractivo,
se une una serie de tráilers que si bien casi, casi nos explican la película
entera (lo que no es excesivamente grave, habida cuenta de que ya sabemos cómo
acaba todo), nos alientan a la esperanza.
Ante todo, vemos personajes y
decorados de verdad, actores actuando y no el uso indiscriminado del ordenador
y la pantallita azul. Vemos muchas escenas bélicas –y es que, oigan, el
universo se llama Star Wars, ¿saben?- y, sobre todo, palpamos un respeto
exquisito por la imaginería de la primera película que otorga, al conjunto, la
coherencia que todo fan en sus cabales debería pedir.
Así las cosas, al que suscribe le
embarga la emoción, le queman las entradas en las manos y las gotas de sudor
frío le recorren, implacables, el espinazo.
Porque ni dos spinoffs
desastrosos, ni tres precuelas mierdosas, ni una nueva trilogía que refríe la
original, pueden acabar con la ilusión cimentada durante todos estos años desde
la más tierna infancia.
Con la ilusión de aquel chiquillo.
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