Una breve reflexión, sin entrar
en los varios debates sobre la legitimidad del referéndum, la legalidad del
mismo, sobre si es un referéndum o un plebiscito, sobre la intervención de
fuerzas del orden propias y ajenas, sobre discutibles e indiscutibles causas
históricas, sobre la actuación de parlamentos y tribunales o sobre el uso
indiscriminado de imágenes de Piolín.
La situación actual es la de un
estado, España, del que un territorio, Catalunya, quiere disociarse para
fundar otro estado diferente. Este proceso de separación está siendo impulsado
por la coalición que ostenta la Jefatura de Gobierno catalana, que mantiene un
pulso con el partido que ostenta la Jefatura de Gobierno española. Un pulso en
el que, además, se acusa una ausencia de diálogo y una categórica
ausencia de voluntad para subsanar esta situación.
Pero un momento. Paren máquinas.
Guarden dos segundos de silencio y miren a su alrededor.
¿Soy yo o es que en todo este
asunto no se echa en falta a alguien?
Porque del que no tenemos
noticias es del jefe del estado español, Felipe de Borbón, comúnmente conocido
como “el rey”.
Y eso que hemos –todos,
independentistas inclusive- gastado miles de euros en darle una educación al
más alto nivel, hasta el punto de que, cuando sucedió a su padre en este cargo
vitalicio que en España lo es por la gracia de Dios, se decía de él que era,
sin lugar a dudas, el jefe de estado más preparado que el país haya tenido
nunca en su larga historia.
Gastamos una cantidad –opaca e
imprecisa, devengada en gastos directos e indirectos cuya complejidad es
indescifrable- de millones de euros en mantenerles, a él y a su familia, a
cuerpo de rey, nunca mejor dicho.
¿Y, con todo ello, qué ha hecho,
hasta ahora, este jefe de estado tan preparado, tan competente, tan rotundamente sobresaliente,
según sus sostenedores?
¿No sería conveniente que pusiera
todo el conocimiento atesorado en estos largos años de impecable formación, al
servicio del país que les paga esta vida de privilegios a él y a los suyos,
para tratar de resolver -de alguna manera- el tema? ¿Generar diálogo? ¿No es ahora el momento, su momento, de hablar
de tú a tú con una sociedad catalana que siempre ha mostrado un descontento
mayoritario y de la que, ahora, una buena parte le quiere decir aquello de “bon
vent i barca nova”?
Porque, tal vez, esa inacción,
esa prepotencia de quien no tiene que mojarse porque su puesto lo tiene
asegurado para el resto de sus días -y si se le hinchan los regios cojones,
siempre podrá optar por ese milagroso reintegro de la realeza emérita, al que
se acogiera su abnegado progenitor-, se sume a los varios motivos por los que
aquí, en Catalunya, con o sin razón, algunos quieran despedirse con la citada
expresión de la barca.
O con otras, más coloridas, más
populares, menos marítimas; léase “aneu a cagar a la via” o similares.
No hay comentarios:
Publicar un comentario