No es que tenga cifras en mano
para verificar lo que voy a decir, pero, por lógica, diría que la inmensa
mayoría de quienes escribimos narrativa o ensayo en este país, no lo hacemos
viviendo de ello. Ni siquiera teniendo una vana esperanza de que así sea.
No deja de parecer tristemente
lógico, en un país donde la cultura siempre ha sido sometida al ninguneo o a la
instrumentalización, cuando no al maltrato sistemático, sin importar nuestro
imponente caudal histórico y cultural. La empresa cultural y sus profesionales
ni siquiera se percibe que formen parte de una industria con un impacto directo
en el PIB.
La contribución al entorno
cultural, incluso por parte de quien no vive de dicha contribución, no pasa de
ser catalogada como faranduleo, hobby o pérdida de tiempo. Y si no piensen: ¿Cuántas
veces le preguntan a un músico por “su trabajo el de verdad”, cuando éste
asevera ser músico?
Cualquiera que pretenda escribir,
hacer música, o cine, o teatro, o pintar, o esculpir, o hacer videoarte o, en
suma, consagrar su tiempo, energía y cualidades a alguna expresión de la
creación artística, buena o mala que sea, sencilla o complicada, comercial o
marginal, sabe perfectamente a qué contexto se enfrenta. Y entiendo que lo
acepta, a pesar de todo. A pesar de vivir en un país donde más futuro tienen
Falete o una pedorra de la tele con la tocha contrahecha por la farlopa, que un
ensayista, un dramaturgo o un escultor.
Aliarse con el enemigo
Lo que cuesta más de entender es
que presuntos consumidores del producto cultural, esas personas que leen,
escuchan música, ven cine o series o acuden a exposiciones o al teatro, se
alíen con el enemigo y ninguneen el fruto del esfuerzo no sólo de quienes
dedicamos tiempo y esfuerzo a alguna actividad, sino el increíble gasto de
quienes invierten en nuestras obras, produciéndolas, publicándolas,
distribuyéndolas.
En este sentido, me doy de bruces
con una página web donde anuncian que servidor “escribió un interesante libro
titulado ‘Probaréis el frío acero de mi venganza’”. “El libro -prosiguen- lo
publicó la editorial 66 RPM, y en este momento es necesario pagar 10,95 euros
por copia”.
Ojo, “es necesario pagar”. Dicho
así, parece que se esté cobrando una especie de impuesto revolucionario allá
donde la realidad es muy, muy distinta. Para que una copia de este libro cueste
menos que un cubata de garrafón en cualquier garito de mierda, ha habido una
rebaja -importante y totalmente altruista- por parte de Berto Martínez,
ilustrador de la portada; una consistente reducción de margen de ganancia por
parte de la editorial; una bajada en el porcentaje por copia vendida de mis
royalties y el hecho de que el ilustrador de las páginas interiores, mi padre,
Adolfo Valle, haga sus dibujos por amor al arte.
Todo ello, para rebajar al mínimo
el precio del libro y mimar al lector, al que entendemos como nuestro aliado.
Como alguien que, lo mismo que afora por los servicios de un cerrajero, los de
un abogado o comer en un resturante, paga por el deleite de leer un libro, ver
una película o escuchar un disco.
El futuro no sale gratis
Volviendo a la página web de
marras, ésta, tras informar sobre el precio que hay que abonar por una copia
del último Palop, prosigue: “Sin embargo, en nuestro sitio, le ofrecemos
descargar el libro ‘Probaréis el frío acero de mi venganza’ totalmente gratis
para leer en el ordenador u otros dispositivos electrónicos”. Es decir, que
cualquiera tiene acceso a leer el libro sin que se remunere, de ninguna manera,
a ninguno de los directos implicados en que éste haya visto la luz: ni el
autor, ni los editores, ni la distribuidora, ni los libreros. Nadie.
Es cierto que suena
fantásticamente bien la cacareada premisa según la cual la cultura debe ser
gratuita y universal. Y sí, oigan. Estoy de acuerdo, siempre que también lo sea
la vivienda, el derecho a alimentarse, o el acceso a la lampistería porque a
ver si va a tener más derecho un lampista que mi editor, el cual está dejándose
la piel de la espalda a tiras para publicar a aquellos autores en los que cree.
En el caso concreto de Palop, su
continuidad depende de sus ventas. Ya no es una cuestión de royalties o de
ganancias que, en el mejor de los casos, dan sí y no para cubrir los gastos en
bibliografía adquirida para la documentación. Se trata de que el editor vea
justificado el gasto de publicación de una serie de libros que, curiosamente, y
con la salvedad de un par de varapalos al primero (probablemente merecidos), no
han cosechado ni una mala crítica.
Incluso, siguiendo con la página
web de antes, leyendo las críticas que los lectores hacen de la última aventura
de Palop tras descargarla, encuentro palabras muy laudatorias. Por lo general,
según veo, parece que ha gustado o, cuando menos, entretenido positivamente. Y
me alegro de que así sea.
El enemigo interno
Lo que no consigo entender, a
estas alturas, es que quienes tan bien hablan de este trabajo castiguen a sus
responsables, bajándoselo por la patilla y poniendo en entredicho su futuro
porque éste depende, como decía, como todo, de que haya un mínimo de recuperación
de la inversión.
¿Realmente, además de lidiar con
el enemigo externo, con un sistema que ignora, instrumentaliza o aniquila la
cultura, debemos enfrentarnos a este enemigo interno? ¿Mimarle bajando precios
y facilitándole las cosas, para que su respuesta sea ésta? ¿No deberían ser los
lectores, aquellos que disfrutan plantificándose ante las páginas de los
libros, quienes valoraran más que nadie el trabajo de escribir, publicar y
distribuir algo?
Más aún: ¿a alguien en su sano
juicio se le ocurre que se puedan seguir manufacturando productos culturales de
cualquier tipo, sin que quien hay detrás obtenga la menor recompensa?
No sé, pregunto.
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