En estos días de
confinamiento, algunas editoriales, sobre todo las muy grandes, están poniendo
a disposición de los lectores muchas de las obras que han publicado de forma
completamente gratuita, dando así pie a que sean muchos quienes reclamen que
todas hagan lo mismo. Que todos los editores pongan sus libros gratis, que entretengan
al personal por la patilla.
Se trata, muy probablemente,
de la misma gente que sigue pagando su suscripción a Netflix, HBO o Filmin, que
apoquina por su cuota en Spotify y que, duda cabe, sigue abonando íntegro el
recibo de su compañía telefónica.
Pero claro, dicen, leer
implica un esfuerzo mayor que sentarse a mirar una serie y, como tal, hay que
alentar a una actividad tan noble, y nada mejor para ello que someterla a un
régimen de gratuidad absoluta. Así leeremos más. Así la gente se aficionará a
la lectura. Así haremos de este mundo un lugar mejor y maravilloso. ¡Si es que
hasta te la puedes machacar hasta la invidencia con los contenidos de PornHub
que ahora son todos de gratelo! ¿Y aún vas a tener que aflojar pasta para poder
leer un libro? Amosanda.
Al margen de las muy
discutibles motivaciones que subyacen a esa gratuidad que algunos gigantes del
entorno del libro brindan, más relacionadas a mi entender con una calculada
táctica para desbancar a competidores que por un sano y transparente ejercicio
de filantropía, hay una serie de razones por las que creo que pretender que,
aprovechando el confinamiento, todos los libros se puedan descargar sin pagar
ni un euro, me parece una idea del género pésimo.
Las editoriales tienden a
subsistir
Quitemos del mapa a los dos o
tres grandes del entorno y lo que nos queda del mundo editorial, al menos en
nuestro país, es una constelación con miríadas de pequeños y abnegados
proyectos, que sacan libros tras grandes esfuerzos de todo tipo. Se trata de
Pymes y micropymes cuyos titulares a menudo se combinan con otras actividades para
llegar a fin de mes.
Es decir, una labor titánica con
un retorno magro que se lleva a cabo en una sociedad que básicamente no lee, gobernada
por unos partidos que ven en la cultura un instrumento de ataque,
instrumentalización o ninguneo. En este escenario de subsistencia, no se puede
pedir que todo ese trabajo no obtenga ningún tipo de contrapartida, porque más
que beneficiar a los lectores, les privaría del acceso a futuras obras al
verse, muchos editores, en la obligación de bajar la persiana.
Nos quedamos sin Sant Jordi
Bien, no es oficial, pero es
muy probable que este año las calles no se vuelvan a atestar de todas esas
personas que compran -en ese día- sus dos o tres libros del año. Y sí, es
injusto que, para el grueso de la población, la compra bibliográfica se limite
a una ocasión concreta que se da cada 365 días, pero así son las cosas y la
realidad es que editores, libreros y escritores recibimos la máxima recompensa
monetaria por nuestro trabajo justo en ese día.
Si éste se anula, el golpe
económico que recibimos es enorme y la única alternativa que nos queda es,
cuando menos, intentar paliar esos daños vendiendo en estos días de forzada
reclusión en que la gente tiene más tiempo para leer. Ello no implica dejar de
hacer descuentos y ofertas, pero una cosa es eso y otra es dar de leer de forma
completamente gratuita.
Más escritores que lectores
A veces pienso que no es una
frase hecha y que, verdaderamente, vivimos en un país donde incluso personas
que apenas sí se acercan a un libro, luego pretenden escribir el suyo. De todos
modos, mejor tiramos de las recientes cifras aportadas por la Asociación
Colegial de Escritores de España (ACE).
Aquí, más del 77% de
escritores tiene ingresos por su obra inferiores a 1.000€ anuales, más del 83%
vivimos gracias a otros trabajos, sólo el 6% ingresa más de 10.000€ al año y
los exitosos, los de la primerísima división capaces de vivir egregiamente de
sus royalties, representan tan sólo el 0,001%. Entiendo que la elocuencia de estas cifras es
suficiente para constatar el desgaste que puede suponer, para la práctica
totalidad de escritores de aquí, que todas nuestras obras se pongan a
disposición del respetable a precio cero. Y más teniendo en cuenta del margen
ínfimo que nos corresponde por ejemplar vendido o descargado.
Un estímulo discutible
Por último, francamente,
¿alguien cree que, a estas alturas de la partida, el gratis total va a ser un
acicate para que quien habitualmente no lee empiece a hacerlo? Si algo bueno ha
traído la digitalización del sector y la entrada del eBook es el radical
abaratamiento de las obras. Pongo mi ejemplo y, de antemano, pido disculpas por
la auto referencialidad: Lo último que tengo publicado tiene un precio, en
papel, de unos 20€. La versión online cuesta menos de la mitad, 8€, que ahora,
con el descuento especial de la editorial, se ha rebajado a la mitad: 4€.
¿Realmente alguien piensa que esos cuatro euros (un par de cervezas en un
bareto) son el obstáculo que impide que alguien empiece a leer ese libro, o
cualquier otro de un precio similar?
¿Alguien cree, con la cantidad
de clásicos de la literatura universal que se pueden comprar por lo que vale un
quinto en librerías de viejo, o descargar por precios irrisorios, que el
problema es que cuesta dinero leerlos?
Nunca, como ahora, en estos
momentos en que todos estamos en nuestras casas y disfrutamos de un tiempo para
el cine, la música y la literatura del que antes no disponíamos, la sociedad ha
tenido la oportunidad de valorar a fondo la contribución que músicos, cineastas,
escritores y todos quienes están detrás de estas creaciones perpetran. Trabajos
que hacen de nuestro tiempo libre algo mejor, más cualitativo. Algo que, en los
mejores casos, nos permite entretenernos, reflexionar y cultivarnos.
Y eso, como todo lo bueno en
esta vida, creo que merece ser recompensado con algo más que un “dámelo gratis,
que total pa’qué”.
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