Los recuerdos tienen mucho que
ver con los escenarios. La conjugación de momentos y lugares en los que ocurrió
algo lo suficientemente trascendente como para haberse quedado instalado en la
materia gris, con ocasionales retornos que trasladan, mentalmente, a aquellos
instantes pasados que se niegan a abandonar las vidas que continúan tras su
paso.
Todos tenemos, incrustados en el
recuerdo, nuestros escenarios recurrentes. Aquellos lugares en los que se
enmarcan diversos hechos que vivimos o vimos. Días, momentos, horas o años
diferentes que están ahí, desordenadamente encapsulados en la memoria,
dispuestos a salir, como el genio cuando frotas la lámpara, si se cruza camino con alguien lo suficientemente cándido para escuchar y exponerse al
alud, a menudo imparable, del anecdotario pretérito.
En esos escenarios sobre los que
desfilan recuerdos, uno tras otro, como en un cabaret donde casi no hay tiempo
ni para los aplausos, es en lo que pienso cuando pienso en el Barbara Ann: ese
minúsculo garito instalado a la anónima sombra de una anodina calle del barrio
de Les Corts, sin el que la historia del underground barcelonés, simplemente,
no se explicaría.
Ya en términos más
autobiográficos, más ligados a la arbitrariedad de la memoria, el Barbara Ann
fue, durante muchos años, mi bar. El
sitio donde reunirme con tipos como yo. El lugar adonde ir a exultar con
música de guitarras en la Barcelona tomada por la electrónica. El bar donde
estallar de risa en mil conversaciones delirantes. El campo de batalla sobre el
que combatir ingenuamente el dolor a base de jarras de medio litro de cerveza,
una tras otra, mientras deseas que el plomo que hunde tus entrañas se
volatilice y de fondo suenan los Byrds.
El Barbara Ann fue el lugar donde
a unos cuantos nos pasaron cosas, muchas cosas, cuando se tiene la edad para
que pasen cosas. La tarima sobre la que se fraguaron amistades, enemistades,
ligues, roturas de corazón y decisiones. Algunas tontas y otras trascendentes.
Algunas acertadas y otras imbéciles, atroces. Fue, es, el lugar donde aprendí
muchas lecciones. Algunas dolorosas, aunque (supongo que) necesarias.
Pandora’s Boxx R&B Lounge
En la minúscula cabina del
establecimiento, a un lado y al otro de la cual tan pocos fraguaron tantos
proyectos, algunos todavía vivos y vibrantes en nuestro acervo cultural, pinché
innumerables veces. La mayoría de éstas lo hice codo con codo con mi amigo,
David Gil, en lo que llamábamos Pandora’s Boxx R&B Lounge: nuestra sesión
mensual donde cocinar sonidos Mods y afines: R&B, Soul, Beat, mayormente.
Amantes de la cartelería mongola
y de la borrachera con camisa de cuello abotonado, David y yo perduramos
mensualmente en la cabina del Barbara Ann cerca de un lustro, desde 1997 hasta
2002, y nos despedimos a principios de 2003.
Por eso, cuando ahora se celebran
los 30 años del Barbara Ann, de ese pequeño e insospechado epicentro del hervor
vintagista barcelonés, siglos antes de que lo vintage estuviera mínimamente
bien visto en esta ciudad, siento una extraña mezcla de emociones al saber que,
entre los numerosos atractivos del festejo, David y yo volveremos a asaltar una
cabina mano a mano tras 15 años desde la última vez. Será la del Bikini, este
domingo 29, respaldando los directos de Brighton 64, Brioles, Suzy & los
Quattro, Las Sombras y Kindabeat Experience: un inmejorable muestrario de los
talentos musicales que, en algún momento u otro, en algunos casos desde
siempre, han estado acodados a la barra del Barbara Ann en estos 30 largos años
de su historia.
Disponen de más información sobre
el programa de festejos de este aniversario en el cartel (un poco más arriba) o
en el evento de Facebook, al que pueden acceder A TRAVÉS DE AQUÍ.
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