lunes, 18 de mayo de 2020

El ejemplo que no supimos aprovechar


Yo lo que creo es que a Julio Anguita nos lo perdimos.

Todavía recuerdo los telediarios de mi niñez y adolescencia: la información política monopolizada por PP y PSOE o PSOE y PP --según quién mandara-- y, a lo sumo, una fugaz declaración de él o de alguien de IU. Poca cosa, como mucho la puntita. Cualquier espectador de aquel momento, en que la televisión era el único vehículo de masas donde poder difundir al máximo el propio ideario, directamente no accedía a la postura de la izquierda sobre todo tipo de cuestiones: sanidad, banca, empresa, educación, presupuestos y un largo etcétera.

A nivel autonómico recuerdo la cosa bastante similar: en los telenotícies de TV3 bailaban, por turnos, la todopoderosa CIU y el PSC, dos derechas, con la ocasional intervención de ERC (que iría ganando presencia ya en los años de Carod) y PP, pero con una presencia de los socios locales de IU como poco anecdótica.

De hecho, sospecho que, dejando de lado los numerosos conflictos y cainismos que se vivieron en el seno de IU, si al final hubo un bipartidismo entre una derecha (algo) más moderada y otra (bastante) menos moderada, entre PSOE y PP, se debió a ese sistemático ninguneo de la formación de Anguita, en un momento en que tanto podía aportar a nuestra perspectiva como conjunto de ciudadanos. No puedo evitar pensar que aquel ninguneo constituía, en cierto modo, un nudo más en aquellas ataduras bien atadas legadas por el régimen anterior.

Y, aún y así, a pesar de que la izquierda fuera deteriorándose en la sombra a caballo entre los 80 y los 90, quedó fijado en la retina de muchos, entre los que me incluyo, el carisma de Julio Anguita: coherente, culto, incómodo. Capaz de conjugar academicismo y calle y de convencer desde la mirada serena que sólo puede arrojar una cabeza muy bien estructurada. Enemigo del eslogan, del populismo fácil, del slalom hacia un lado y otro del espectro ideológico en función de calculadas conveniencias. Digno y decente, ante todo.

Aquel señor de transcurrir didáctico e ideas firmes, algunas mejores, otras peores, somos humanos y no tenemos que estar de acuerdo en absolutamente todo, siempre dispuesto a argumentar con generosidad intelectual y sentido común, ha acabado por ser un extraño referente en un país que dice encandilarse con su figura, pero que apenas sí le votó y que, en su mayoría, se lo perdió bajo el peso mediático de las formaciones que acabaron por acaparar el grueso de las butacas del Parlamento.

Muchos aplausos, ni una oportunidad

A diferencia del que fuera Presidente de Uruguay, José Múgica, el primer político en quien pienso si de comparar con alguien a Anguita se trata, el “Califa Rojo” ni siquiera tuvo un peso importante en la oposición. No tuvo oportunidad de demostrar qué habría hecho y cómo. Todos le admiraban, como tantos admiran a Múgica por los mismos principios de rectitud, honestidad y coherencia. No obstante, casi nadie confió en él a la hora de depositar, mediante su papeleta, las riendas del país en sus manos. Y así, Felipe y Aznar tuvieron el bastón de mando mientras que un líder intelectualmente más solvente que aquellos, ético hasta el extremo, se quedó como suerte de “viejo sabio” al que admirar como quien admira un rarísimo ejemplar de animal embalsamado en un museo al que se acude muy de vez en cuando.

Y la cosa no ha cambiado mucho, no crean. Ahí está toda esa derecha que aplaude la memoria de Anguita, elogiando su honestidad, cantando las excelencias de gestos como que renunciara a todos los beneficios y prebendas de su paso por la política, para cobrar su pensión de profesor.

Que es normal que todo el mundo aplauda gestas así hasta con las orejas, sí. Lo que ya no es tan normal es ponerle como ejemplo de lo que tendría que ser la izquierda, cuando lo que tendría que ser es ejemplo para toda la clase política, independientemente de su color. ¿O es que si uno ejerce desde la derecha no tiene necesidad de ser honesto y se le justifica que robe, mienta e incumpla?

Parece que sí, y por eso llevamos décadas en manos de políticos y partidos corruptos, basados en el bajo instinto del eslogan patriotero, la promesa vacía y el escaqueo pueril. Políticos de tweet de 140 caracteres y zascas para las redes sociales que no aportan ninguna solución verdadera a los problemas de la gente: sustento, vivienda, educación, sanidad, paro. Tipas y tipos que medran sobre nuestro trabajo, nuestra confianza y mayormente se expresan con una retórica que insulta a la inteligencia.

Y, mientras todos clamamos, como ovejas balando hacia el cielo, qué bueno que era Julio Anguita, la verdad es que ni siquiera sabíamos muy bien qué decía y en nada han servido su ejemplo y esa presunta admiración que le profesamos, para que dejemos de cometer los mismos errores de siempre.

Los de depositar nuestros destinos en manos de delincuentes, sinvergüenzas y mediocres con buen talento para trepar alto y nulo interés por nuestro bienestar o nuestra prosperidad.

Los mismos errores que llevan toda una larga historia repitiéndose.

3 comentarios:

  1. Toda la razón en lo que expones que vergüenza y asco sentiría al oír los elogios y comentarios y alabanzas de estos políticos como menos mediocres cobardes chorizos y sin ética ninguna.

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  3. No puedo estar más de acuerdo con todo. Añadiria solo que yo SI le votaba, y que por eso siento un poco de vergüenza ajena ante tanto reconocimiento tardío por los que le dieron tan pocas oportunidades en vida.

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