Esta entrevista tuvo lugar en
enero de 2000. Por entonces, Eugeni Jofra i Bafalluy, más
conocido por el común como Eugenio, vivía y estaba enormemente
ilusionado con su recobrada libertad de los estudios de TV, su cabeza estaba
hambrienta de proyectos y, si sabías esperar y estar atento, podías cazar una
sonrisa incipiente en su rostro ante esa página en blanco que, en ese momento,
era el resto de su vida. Fallecería al cabo de un año, el 11 de marzo de 2001,
es decir hace ahora 15 años.
Cada lunes, y pese a las
dificultades de sacar a la gente de sus casas ese día, Eugenio llenaba (petaba,
más bien) la sala Luz de Gas con esa genial e inmutable expresión que
acompañaba todo ese inacabable repertorio de chistes “e historias o cuentos”, como llamaba los chistes más largos y
elaborados.
También tenía un espacio en el
programa Crónicas Marcianas de Javier Sardà, que había apostado por darle carta
blanca y no someterle a la presión de soportar guiones y mediocridades ajenas.
Para rematar, acababa de sacar el que sería su último disco, que adoleció de
una distribución infame.
Esta entrevista no tuvo, no
obstante, salida porque supongo que nadie le consideraba lo suficientemente
importante. Ya saben, en este país el humor y el arte de hacer reír al prójimo
siempre se han dejado en un segundo plano. En aquel enero del 2000 lo que
molaba seguía siendo el consabido dramón guerracivilesco y el onanismo de niños con politoxicomanías, metidos a escritor.
Por suerte, teníamos a seres
humanos como Eugenio, con su eterno vodka-limón y su ducados perennemente
encendido, para recordarnos qué es reír. Y cómo hacerlo.
Pasen, lean y sonrían.
*****
A las ocho de la tarde de un
lunes de enero hace frío, ya ha oscurecido y las caras de cabreo imperan por
las aceras, haciendo cola para coger el autobús o el metro que les devuelva a
sus moradas y les permita descansar de su primera jornada de trabajo. A las 22h30
de aquel mismo lunes, la sala Luz de Gas está rebosante de intrépidos que, desafiando
horarios, fatiga y clima hacen cola para otro tipo de evasión. Eugenio está
satisfecho, sabe que pocos tienen un poder de convocatoria como el suyo. “Si la gente sale un lunes es para que la
diviertan, no para divertirse, exige algo más”, claro, algo por lo que
merezca la pena salir el peor día de la semana, pagar una entrada, acostarse
tarde y, no obstante, levantarse a la mañana del día siguiente e irse al curro
con una sonrisa de oreja a oreja.
Oficio
Uno que sabe de temas laborales y
malos rollos es, precisamente, Eugenio. “El
ritmo de vida de mi trabajo implicaba mucho stress, beber, irme tarde a la cama...”,
el golpe de gracia le sobrevino durante su breve etapa televisiva. “Suerte que duró poco, porque trabajar con un
equipo de gente que se cree capacitada para decidir por ti sólo porque sabe
escribir un guión, acaba contigo: no puedo trabajar con quien no tiene ni idea
de qué quiero hacer”. Eugenio, humorista, cantante, showman y, en una
ocasión, actor, acabó muy quemado: “Escritor no soy, pero sí soy humorista, y
eso sí sé hacerlo”. Eso es precisamente lo que los “hábiles” guionistas de
nuestra televisión no supieron comprender e, incapaces de actuar de otra
manera, le pusieron bajo presión hasta que, claro, al final el hombre reventó.
No obstante, retomando sus
propias ideas acerca de su profesión que, como todas las profesiones basadas en
una raíz creativa, acaban siendo más una forma de vida, la capacidad del cómico
no se limita a los escenarios. “Yo
siempre he diferenciado mis actuaciones en directo de las de televisión, hay
fórmulas que grabadas o filmadas simplemente no funcionan”. Asegura haber
visto más de uno, y más de dos, hundirse en el estercolero del olvido por
tratar de venderle al público de televisión una película que iba de maravilla
sobre los escenarios.
“Hay chistes crueles o verdes que sólo cuento delante del público, sólo
en directo, por una cuestión de respeto: sé que hay gente que, según qué cosas
no quiere oírlas en su casa”. Ahora, por lo menos, cuando aparece en el
Crónicas Marcianas está a su aire. “Ahora
sí que me encuentro a gusto en televisión, no me presionan, hago lo que debo”.
La ética es un elemento que
distingue a Eugenio, es férrea e inamovible, probablemente fruto de su dilatada
experiencia, no sólo profesional, sino también vital. “Una vez, en Málaga, llegué a actuar recién sondado; me acababan de
intervenir, pero el público ni se enteró”. Nunca ha faltado a un
espectáculo, nunca ha defraudado a su público, nunca ha dejado de cumplir con
lo que le define como un genio: Hacer reír al prójimo. Ese es su trabajo y a él
se ha entregado con todas sus fuerzas.
Por eso no acaba de estar muy
contento con la distribución de su nuevo disco; “no se encuentra donde se tiene que encontrar”. A su público, de
todas formas, eso parece importarle bien poco, porque los llenazos de cada
lunes están ahí, testificando que Eugenio es uno de los pilares de la actual y
maltratada escena humorística de este país. Lejos quedan sus orígenes como
cantante de folk y contador improvisado de chistes en las interminables
guardias de la mili.
Orígenes
Seguramente, más de un lector
habrá tenido alguna vez en sus manos algún microsurco del dúo de folk de los 60
Els Dos. “A los 25 años formé un dúo con
la que entonces era mi mujer, Conchita Alcaide; grabábamos para Belter y
todavía no contaba chistes en público”, antes había sido ilustrador y
joyero (esos peculiares anillos que adornan sus manos se los hace él). A los 37
años, se había quedado viudo y con dos hijos; fue entonces cuando le agarró “el pelotazo” y se metió de lleno en sus
chistes llegando a registrar, que no a cosechar, 50.000 (sí, cincuenta mil, no
es una errata). La cosa venía de lejos. “En
1960, durante la mili, pasaba de ocho a diez horas de interminable guardia
inventando y contando chistes de manera ininterrumpida, sin repetirme nunca”.
Se cuenta que en el local que abrió a finales de los 70, cuando su carrera de
humorista empezaba a despegar, era capaz de estarse cinco horas seguidas dale
que te pego con su cubata y su cigarrillo sin repetir ni un solo chiste. “Tengo mucha memoria”, asegura con una
media sonrisa bastante socarrona.
Un Genio en Apuros
En 1983, Pepón Corominas produjo
la única película que ha protagonizado: ‘Un Genio en Apuros’, dirigida por
Lluís Josep Comerón y donde participaban Juanjo Puigcorbé, Antonio Ozores, Pere
Tàpies y el gran José Luis López Vázquez.
“Accedí porque me gustaba la idea. En el guión inicial, escrito por Comerón,
la niña protagonista acababa muriendo, pero los que ponían el dinero querían
algo más comercial”. Total, que el resultado –con happy ending incluido- le
supuso un disgusto por el que todavía duda de si volver a la gran pantalla. “Lo que pasa es que ante la perspectiva de
trabajar en equipo me pongo a temblar” y, ojo, no es que no le guste, pese
a que siempre ha sido “un solitario de
toda la vida”: lo único que pide es que se respete su criterio.
Así que tampoco se puede decir
que descarte una hipotética vuelta a la gran pantalla, “pero tiene que ser a mi manera, quiero ser yo quien de el visto bueno a
las cosas, tener la última palabra; no quiero tener que trabajar con un
productor o un listillo cualquiera que se cree mejor cualificado que yo para
tomar decisiones sobre mí mismo y mi trabajo”. La dificultad está,
lógicamente, en encuadrar a un personaje de por sí tan peculiar, en un relato
fílmico y/ o teatral.
Familia
Con las lógicas limitaciones que,
en este sentido, el oficio de hacer reír impone en un país donde es considerada
profesión de tercera, Eugenio ha estado unido de una forma peculiar, pero se
adivina que muy entregada, a su familia.
Tras superar un doloroso trance,
el de la muerte de su mujer tuvo un hijo con su siguiente compañera para, en
1993 acabar casándose con Isabel, su manager. “A mi hijo mayor no le sentó muy bien, pero es su problema. Yo siempre
le he dado la libertad para que hiciera lo que quisiera, y yo también tengo
derecho a gozar de esa libertad”. Esto no implica que exista mal rollo, o
distancia, con sus hijos: “Siempre hemos
tenido mucha confianza, no hay nada de mí que no sepan”.
El hecho de procurar estar siempre
al lado de su familia, le ha hecho desarrollar unos valores que anteponen ese
antes mencionado riguroso sentido de la ética: “Nunca he impedido a mis hijos a que hicieran nada, pero sí les he hecho
ver que tienen que responsabilizarse de sus actos. Si tienes cojones de salir
de marcha un martes hasta las tantas, ten también los cojones de salir a
trabajar a la mañana del día siguiente, no seas tan cobarde de no cumplir con
lo que te toca”. Un compromiso con sus deberes del que él mismo ha hecho
gala durante su dilatada carrera.
Este compromiso ha sido una de
las claves del triunfo de Eugenio. Sus giras por toda España y Latinoamérica,
especialmente Chile (curioso ¿no? Aunque –claro– si hay un pueblo necesitado de
sacar sonrisas de debajo de las piedras, ese es precisamente el chileno), así
lo atestiguan. Ahora baja cada lunes a la ciudad desde la rústica comodidad de
su casa en el Vallès, para divertir durante una hora y media al público más
exigente, el de los lunes, en la sala Luz de Gas “el local más famoso de la calle Muntaner, entre Diagonal y Travessera
de Gràcia”.
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