Otegi ha sido cabeza de
turco de un sistema vengativo. De eso no cabe duda, si se echa un vistazo atento a las causas de su
encarcelamiento, basadas en una presunta estrategia política guiada por la mano
de ETA que nunca se llegó a probar (antes, al contrario), y que incluso llegó a
ser negada por el funcionario nº 19.242, veterano experto en la lucha
antiterrorista del CNI.
En este sentido, resulta cuando
menos curioso que estuviera descontando una pena alguien con muchos menos
indicios de haber delinquido –su deuda con la sociedad por su anterior
pertenencia a ETA, ya la había pagado de acuerdo con la legalidad vigente-, que
otras personas con cargos públicos y políticos que sí han delinquido; y lo han
hecho creando dolor, miseria y muerte. Pues los responsables de enriquecerse
generando un sistema en que personas se suicidan porque van a perder su casa, y
no van a tener ningún tipo de ayuda, también deberían ser considerados
terroristas.
Y ni hablo de gobiernos tope “democráticos”
que han creado, financiado, dado alas a formaciones terroristas de estado; que
de eso, por aquí, algo sabemos. O deberíamos saber.
Tampoco entro en si el sistema
penitenciario de este país es el adecuado o tiene algún tipo de sentido. Cómo se digiere que alguien
como José Luis Urrusolo Sistiaga, condenado a 600 años por nueve asesinatos y
varios secuestros, salga al cabo de 19; o que violadores que avisan de antemano
que van a reincidir, salgan libres porque así lo imponen unas normas que a
veces tan poca relación guardan con el sentido común más elemental.
Y no entro ahí, digo, porque creo
que los hechos ya hablan por sí solos.
Can we be heroes?
Ahora bien, lo que se me escapa,
y donde sí quiero entrar, es en el presunto heroísmo de Otegi, un hombre que,
citando al (casi) siempre lúcido Ramón de España, da la impresión de haber
abrazado una forma de lucha en vez de otra por motivos ajenos al arrepentimiento
personal y a la ética.
Cabe recordar a toda esa
izquierda abertzale de chándal, mullet y molotov, dedicada a aterrorizar,
imponer, amenazar, extorsionar y, en definitiva, joder la marrana de forma muy
poco heroica. No nos equivoquemos: ésa ha sido la base social que ha respaldado
a Otegi, a base de prepotencia, acojone, agresiones, pintadas y, en algún caso,
calcinación de hogares a golpe de ígneo botellazo.
¿Ahora es distinta? ¿Ahora adopta
formas más dialogantes? ¿Ahora vamos a llevarnos todos dabuten? Bien por ellos.
Y mejor aun por todos aquellos vascos que no pensaban igual que ellos. En este
sentido, creo que éste es un buen momento para una izquierda independentista
vasca, representada de forma legítima -y valiente en condenar abiertamente toda
su putamierda pretérita- por Bildu.
Solidaridad, coherencia y sinceridad
Pero pretender teñir todo ello de
patriotismo heroico y abnegado me parece cuando menos excesivo. Sobre todo por parte
de quienes, tras investir a un President de la Generalitat como el derechista,
oligarca y burgès-de-llibre Puigdemont en sendas monumentales bajadas de
pantalón, y tranquilo que no te cobro y encima pongo la cama; viajan a Logroño a
visitar a Otegi, para expresarle la solidaridad de un pueblo catalán del que sólo
una pequeña parte vota a sus agrupaciones.
Otegi ha salido de la cárcel y hay
que celebrar que las cabezas de turco dejen lugar, en las duchas de la trena, a
quienes realmente merecen pasarse años y décadas ahí, agachándose a por la proverbial
pastilla de jabón.
Pero su pasado, su background, lo
que él y los suyos han destruido antes de darse cuenta de que hay que saber
construir, no debería ser olvidado, borrado, relativizado. Sobre todo cuando
somos muchos los ciudadanos que abogamos por una memoria histórica rigurosa y
coherente; construida con datos, criterio y una sinceridad que, como todas las
sinceridades, siempre nos va a doler en un sitio u otro, pero para hacernos más
fuertes.
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